Tom
O’Bedlam, es decir Tom Of Bedlam, es en principio en la obra “Rey Lear”, el
“disfraz” que toma el personaje de Edgar, quien aparece en la escena de la
tormenta en los acantilados de Dover junto al propio rey y al Fool, mostrándose allí -y como bien se
ha dicho- tres formas de locura. La real o “clínica”, podría decirse hoy, de
Lear, la fingida de Edgar (disfrazado de Tom O’Bedlam), quien finge locura para
hacer lo que hoy llamaríamos “rol
playing” y así curar al rey destronado por dos de sus hijas mediante este
espejo. Finalmente tenemos la locura-locura del bufón o Fool.
Bedlam
fue o se fue haciendo el apócope de St. Mary of Bethlehem, Santa María de
Belén, nombre del asilo de orates de Londres creado a mediados del siglo trece.
Esta transformación no puede fecharse, pero seguramente corre en paralelo a
tantas transformaciones -poéticas, arquitectónicas, lingüísticas, lúdicas y
demás- puestas en marcha durante los dos
siglos anteriores a Shakespeare.
Obviamente el apócope en “Bed Lam”
nos da “un lecho de golpes o de castigo” y si sumamos la “b” a “lam”, “lecho del cordero”, lo cual creo
que no presente muchas complicaciones para entender este nuevo significado.
Ahora
bien, este lugar como todos los demás asilos de orates y de faltos de toda
Europa eran los asientos principales de dos tipos de rituales durante la
llamada “edad media” y algo después. Las llamadas “fiestas de locos”, donde el
mundo se ponía “al revés”, y una versión de la prueba del laberinto, donde el
neófito atravesaba los complicados vericuetos de tales edificios y veía
súbitamente en algunos lugares determinados horrores -reales o figurados-
mediante máscaras, y cuya última adaptación metamórfica fue el conocido hasta
ayer como “tren fantasma” (*).
Pero Tom
–atención a la O- es también una imagen del Fool.
O del fol. Es decir el arcano del
tarot que no tiene número o que, precisamente, representa al cero. Por eso
además Shakespeare –según su costumbre- lo divide en dos personajes. El bufón-Fool y Tom O’Bedlam, aunque ésta máscara
la emplea Edgar como disfraz.
A este
arcano se lo conoce como “el loco”, pero es más bien “el necio”, el que es
tonto para el mundo, y tiene una larga descendencia desde el “Elogio de la
locura” de Erasmo hasta “el caballero de la triste figura” de Cervantes. Es
también aquel que la emblemática napolitana de la Commedia dell’Arte vuelve en parte en Arlechino y en parte en
Pierrot y que sigue -vía el cine- desde Buster Keaton a Jerry Lewis.
El fol,
es el cero porque es la nada pero y también el comienzo de todo; es un círculo
y una abertura; todo puede empezar de nuevo porque todo lo pone boca abajo,
“locamente”. Es también el niño eterno -como Peter Pan-y el “fanciullo” de Pascoli, así como el niño
que no pudieron reencontrar ni Pavese ni Pasolini.
Es el psicagogo,
el que conduce las almas hasta lo más negro, pero por ello es que -al
“quemarse” todo, también es el comienzo de todo, y el volver a empezar.
Shakespeare lo ubica allí para -como en tantas
otras de sus obras-, señalar, marcar la genealogía a la que pertenece y la
tradición que está poniendo en escena, aunque ya no en la plaza de una ciudad o
villa, ni en una kermés, a la manera de las que todavía sobrevivían en Flandes
como pueden verse en los cuadros de Brueghel. Lo hace, lo vuelve teatro.
Recuérdese
que salvo dos o tres excepciones todas sus obras se representaron en The Globe,
teatro que era en parte taberna, hotel de paso, burdel y garito. Es decir que
tenía un público “popular”, y para mejor decir, uno que no había sido
“ilustrado” todavía por lo que luego será el iluminismo enciclopédico, y para
quien estas señales -a pesar del gin y la cerveza y las damas- eran más que
comprensibles.
Así los
cómicos de la legua en “Hamlet” y las tres brujas al comienzo de “Macbeth”, y
ni hablar en su obra final, “La tempestad”, donde corona ya autoconcientemente
esa reorganización de datos tradicionales.
Por
cierto, y siendo esto así, Lear es una obra perfecta y absolutamente cristiana,
sino se toca de oído el cristianismo o se lo confunde con realismo mágico o
bobadas semejantes. Como en “Psycho”
-del otro más grande artista católico que diera Inglaterra-, se debe ser muy
católico para descender a los infiernos.
El arte católico y la imaginación católica son
aquellas cuyo centro, eje o motto no
es el santo -carente de historia- sino el pecado y el pecador, el mundo.
Prefiere el mundo caído, bajo, -“salido de su quicio”, como dice Hamlet-,
puesto al revés como tema, para luego de esta katábasis arribar a la anábasis
final.
Como
dijo Anthony Burguess del capítulo final del “Ulises” de Joyce. “Es la
coronación de la poética católica ese repetir final de “sí quiero, quiero” de
Molly Bloom luego de haber pasado por todo y caóticamente (de allí la falta de
signos de puntuación) habla de la reconciliación final, la aceptación católica
de todas las cosas”
Finalmente no se tiene presente siquiera que
la diégesis de Lear se desarrolla durante el período prerromano de la isla (*).
Un mundo donde el cristianismo no se ha hecho presente en ese universo sin
redención o -tal vez- como anuncio de la futura redención mediante personajes
como Cordelia y Edgar.
En
resumen Shakespeare tiene que resolver el mismo problema que luego tendrá
Racine en su Fedra. Cómo introducir algo, un soplo del cristianismo en un mundo
precristiano. Cómo hacer sentir al espectador en ambos casos la falta, la
ausencia de redención, o cómo ésta se hace presente en forma lejana, como una
premonición...
*:
una variante extrema y fascinante sobre el motivo y la figura, se da en el film
“Bedlam” (1946), dirigido por Mark Robson, y el último de la serie de nueve
producidos por Val Lewton. Tema sobre cual lamentablemente no podemos
extendernos en este lugar.
*:
El Lear histórico habría
vivido antes de la fundación de Roma, en el siglo VIII antes de Cristo. Según
la Historia regum Britanniae. (Hay
traducción castellana, “Alianza editorial”
N. B.: cómo será de
importante el elemento “folesco”, que en la edición llamada primera en cuarto,
l608, el título de la obra completa termina con: “...and his fullen and aflumed humor of Tom of Bedlam.
Placeres criollos: ensillar temprano un mate, y antes de cualquier cosa leer un ensayo del maestro. Esperamos ver pronto reunidos y publicados estos trabajos, Angel
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