Du plus loin de l’oubli, una novela de Patrick Modiano fue editada en 1996 y traducida como “Más allá del olvido”, seguramente por una argentina; supongo que teniendo in mente el título del film de Hugo del Carril, aunque en el original su autor parte de un verso de Stefan George, y en su versión francesa.
En la novela su narrador-protagonista menta a Héctor Pedro Blomberg y unos versos, que no conozco o recuerdo, posiblemente extraídos de alguna de sus milongas, tangos o temas orilleros: “A Schneider lo mataron una noche/En la pulpería de la Paraguaya/Tenía los ojos azules/y la cara muy pálida”.
La traductora no dice -ay- si está en castellano en el original o es una versión leída por Modiano en francés. Poco antes el narrador califica a Blomberg entre aquellos que llama “poetas y novelistas portuarios”. De allí, también, que el protagonista habla de la posibilidad de partir hacia Buenos Aires porque le intrigan los versos citados más arriba...
Nueva simetría o cita de este autor con respecto a la Argentina y a lo argentino. Puesto que su mención oblicua aparece en otros de sus relatos.
Esta novela es una renovada repetición -que no pretende ser aquí un juego de palabras- de sus temas y obsesiones. La pérdida del pasado, la fugacidad, la amnesia como estética o lo que podríamos calificar -invirtiendo a Usher- de hipoestesia. La ausencia o presencia fugitiva del padre, los barrios, calles y bulevares parisinos, las citas de personajes reales -escritores, políticos, aventureros, mundanos en general- como parte lateral o apéndice de las tramas, los encuentros fugaces, las mujeres más fugaces todavía, las tramas frustradas, como recits policiers de otro sentido o a medio hacer.
Lo que me lo hace -o quizás ya me lo hacía- en parte fascinante y algo cercano, por cierta vecindad con mis propias intenciones como narrador.
Pero fatiga simétricamente no su lectura -que hago acostumbradamente de un “tirón”- sino su inanidad, su falta de fuera de campo, de algo más, mítico, religioso, poético, un algo más que no sea la propia y repetida pasividad. Ese dejarse ir de sus seres que se borran, se diluyen como la propia Francia, quizás la propia Europa…
Pero muy a diferencia -v. g.- de los seres de los films de Claude Sautet, donde asistimos a su disolución con doloroso sentido de trágica responsabilidad, como quien asiste a las exequias de un familiar o conocido. Tales las criaturas de “Algunos días conmigo”, “Un corazón en invierno”, “Nelly & Monsieur.Arnaud”, et al.
En cambio y para continuar con la imagen (que el mismo Modiano utiliza en otro contexto, como en alguna de sus primeras y mejores novelas como “La calle de las bodegas oscuras”), es como si Modiano nos hiciera seguir el cortejo de un perfecto desconocido…
Imagen utilizada, casi cincuenta años atrás, cuando Borges adaptó para el cine su “Emma Zunz”-, con el cual vamos erráticamente entablando algún tipo de parentesco sentimental o afectivo, y hasta me atrevería a decir “acústico”.
Es más que posible que Modiano no sea más que un hastiado con estilo, algo así como un nihilista de la ultramodernidad que no tiene ni el temple -ni, convengamos, el deseo- para seguir la movilización total acelerada de estos años, pero tampoco y simétricamente el coraje o tan siquiera la curiosidad de intentar bajarse del tren lanzado a toda velocidad, y que atraviesa un túnel envuelto en unas tinieblas de una blancura fluorescente.
Un pasivo storyteller de la nada urbana, de lo efímero-vertiginoso, un singular épico del tedio o un contemplador pasivo de una disolución que repele y fascina a un tiempo, como si a su repetido autor-narrador se le hubiera inoculado una especie de curare moral, un narcótico venenoso que paraliza toda acción y reflexión. O quizás haya heredado congénitamente de esos mayores, sobre todo de ese Padre tan ausente y evanescente, tamaña inmovilidad.
En Modiano parece desembocar o extremarse la línea iniciada por Nerval y algunos otros más laterales, en cuanto a la creación de cierta épica epicena más rante -para decirlo en nuestro lunfardo- que errante, urbana. Y la tríada ciudad-mujer-laberinto/locura, es también de alguna manera llevada hasta los límites de la disolución -sin rozar siquiera, la parodia-, aunque no parece atisbarse con el paso de los años ningún tipo, o tan siquiera apronte, de coagulación para eslabonarse en nuevo ricorso.
Pero en Du plus loin de l’oubli la serie del signo femenino llamado en forma sucesiva Aurelia-Monelle-Nadia, que se refractaron pasivamente en “La Maga” -y tras ese traslado muy epigonal de “Rayuela”-, parece renacer tan solo como ausencia. Digamos que con el sexo rápido y anónimo de estas ciudades desiertas de sentido de Modiano, sus personajes masculinos solo buscan el reflejo de la anterior y ya perdida numinosidad. Así esta errancia del último flâneur que se proponen los protagonistas –si así pueden llamárselos todavía- de sus relatos, guardan las apariencias de esa prueba del laberinto anterior intentada reconfigurar por Nerval en el dédalo urbano de la modernité, y continuada por sus sucesores ya citados, pero en grado decreciente de saber operativo, para llegar a este ultimo estadio de busca ya totalmente especulativa.
No son protagonistas pero tampoco alcanzan o retoman el status de agonistas. Son herederos tardíos del la bohème, provistos de tarjetas de crédito y celulares, adictos al shopping y al hurto ocasional. Buscan, como éste vacuo narrador, en lo bizarre, en lo lejano, como las novelas portuarias de un escritor sonoramente europeo, como nuestro Héctor Pedro Blomberg; así como quien ahora rastrea la pepita cultural más extraña o la joya más rara en los márgenes y extramuros de la cultura provista por la redes informáticas.
Son seres anómicos y amnésicos; el pasado ya ni siquiera se les aparece como un palimpsesto a descifrar, sino como unos “tocs” anónimos y lejanos practicados mediante el facebook.
Si se los trasladara transatlánticamente serían clonados en los protagonistas de “Matrix”, tan solo porque aquí culminará hasta los extremos la movilización total que en las ciudades europeas quedara estancada o tan siquiera maquillada por el pasado arquitectónico y museístico.
Se infiere que esta manifiesta obsesión por la ausencia paterna, declarada de manera casi oblicua por el propio Modiano, intentara volverse motto y hasta étymon espiritual de sus relatos. Pero esta peregrinación, iniciada por Odiseo y culminada -al parecer- en el galimatías infra conciente del “Ulises”, en Modiano intentara querer reiniciarse a cada paso que da y a cada posta a la que llegan sus andadores, más que peregrinos o buscadores.
El peregrino tiene una meta fijada de antemano y el buscador un sueño que es la propia autoreferencia de la aventura. El “andador” -tan parecido a cierto nexo dramático tardío de la lírica del tango argentino- es más un heredero cercano del buscavidas y del hustler que un legítimo descendiente de peregrinos y aventureros.
Sus últimos refugios y alteri mundi fueron los garitos, prostíbulos, bares y cabarets, antes que la movilización total arramblara también con estos lugares al margen y los lanzara a su desocultamiento global. El casino flotante-hotel y hasta crucero; el burdel pos industrial que suma el décor y la oficiosidad del casino y del resort.
Hasta nuestro propio hipódromo de Palermo -un locus mirabilis de nuestro legendario-, se ha visto literalmente bloqueado en su perímetro por las máquinas tragamonedas.
El andador de Modiano ya ha nacido en el mundo de los jukeboxs y de los flippers, y está ya dispuesto al video-juego y al joystick. Del bric à brac del orientalismo de una y dos generaciones anteriores, le resta solamente el empleo mecánico de “karma” en su exigua jerga, y el sahumerio en el interior para disimular apenas el aroma de la marihuana.
Las únicas ruinas y restos que se permiten estos andadores son el aparato de aire acondicionado empotrado en paredes agrietadas, así como los ya obsoletos radiadores dispuestos atrabiliariamente en los pasillos de hoteles de fama dudosa y en polvorientas oficinas públicas.
N. B.: la referencia que hacemos aquí sobre el “andador”, refiere también al título de la única obra de teatro –antes un guión para cine: 1967- y a lo único al parecer logrado en la escritura de Norberto Aroldi (1932-1978). Personaje de un tanguismo nacido a destiempo, en unos sesentas porteños donde hasta el café se iba haciendo pub o café-concert.
Este motivo del “andador” porteño puede seguirse -por ejemplo- en ciertas líricas del tango, como el protagonista de “Mala suerte” de José Gorrindo.
N. B.: nuestra visión del primer momento de la narrativa de este autor, está en el ensayo “Patrick Modiano: señales de vida”, publicado originalmente en Fierro nº 42, febrero de 1988, y ahora recogido en “Espíritu de Simetría” (Djaen ediciones, 2007)
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