lunes, 13 de noviembre de 2017

“PRIMERA NOCHE DE QUIETUD”. ÚLTIMOS AVATARES DEL “BELLO TENEBROSO”



El cine italiano de los años sesenta y setenta está compuesto generalmente por tres cosas: Gramsci, zoom y Morricone. El primero es de lo mejor; “la toma del poder cultural” se hacía con varia fortuna pero siempre con un objetivo concreto y, claro está, según el talento del regista de manera sutil o burda.  El zoom fue de lo peor; arruinó centenares de tomas y dejó con problemas visuales, que todavía perduran, en muchos partidarios de tales producciones, y que por ello mismo no pueden por lo general descubrir los horrores estéticos de esos films, sobre todo en la forma de “comedia”, algo que después infestó a nuestro cine. Donde se pensó que por portación de apellido de los actores se podían reduplicar tales cosas. Claro que se reduplicó: en mal gusto, brochazo grueso y falta de todo decoro.
 Morricone zarandeaba la banda musical de tal manera, que uno estaba todavía sacando la entrada o muniéndose de maní con chocolate y sus estrépitos ya podían oírse destemplados una media hora antes de comenzada la proyección. Luego nos perseguía inmisericorde al mingitorio con crueles resultados en nuestras botamangas.
 Fuera de Rossellini y Visconti, que seguían logrando obras maestras en medio de tanto repetido enchastre sonoro, visual y muequero, hubo algunos directores que a media máquina lograron algunos films que todavía permanecen secretos o confidenciales.
Uno, y mi favorito, fue Valerio Zurlini.  Que rodó dos o tres desastres: pero que además de una versión más que aceptable de un libro imposible como “El desierto de los tártaros” de Dino Buzzati, logró un film de circulación semi esotérica y que ahora comienza a ser reverenciado, o casi. No digo “de culto” porque detesto tal término.
Siempre fue de mis favoritos y a pesar de sus manchones, que son varios, lo veo aún con total delectación morosa.
Se trata de “La prima notte di quiete”, “Primera noche de quietud” (1972), como fue bien traducido y pésimamente distribuido en su momento entre nosotros, con cortes y quebradas y una copia posiblemente revelada con aguarrás.
 Dominici, su protagonista (un Delon siempre mirando de reojo el espejo pero también efectivo como aquí) es un professore de provincia (aquí la ventosa Rimini), que carga con un pasado aristocrático del cual intenta vanamente renegar, pasando a enseñar poesía a alumnos recién horneados en el sesentayochismo y practicando una versión fascinante -pero condenada al fracaso- del emboscado jungueriano.
Su anarquía se ve filtrada por una adolescente bellísima, que a su manera oculta su cultura y gusto superiores siendo la puttana e mantenutta del más rico de la ciudad; un patán ostentoso y convenientemente estúpido. Aquí, admitido, Gramsci patina un poco.
 Dominici pasa de sus enseñanzas leopardianas a engolfarse en los juegos de poker con otros vitelloni ya más aviesos que los fellinianos de dos décadas atrás –de allí la elección de Rimini.
 Dominici tiene algo del Dave Hirsh, (el Sinatra de “Dios sabe cuánto amé”, sublime cumbre borrascosa de Minnelli) Alguien refinado, pero que busca salir de ese refinamiento natural mediante un paseo por el barrio bajo del espíritu. Con una diferencia substancial, Minnelli hace a este dark side mucho más fascinante, bello y hasta moral que el mundo de la cultura escolar; cosa ausente en Zurlini.
 Dominici además del caporal Gauloisse en la boca, carga en vez de capa, un sobretodo cruzado de pelo de camello que se hiciera mítico y hasta diera lugar a una estúpida apuesta por otro muchos vitelloni de la trivia. Si fue primero éste o el que cargaba el mantecoso palurdo del “Dernier tango”.
 El professore carga también con una consuetudinaria amante, cargosa y algo fané, pero con la rotunda osatura de Lea Massari. Practican lo que Zurlini y el guionista Enrico Medioli (habitual de la scuderia Visconti) imaginan como sexo perverso, porque no imaginaban lo que sería la televisión argentina décadas después.
 El zoom no aparece mucho, lo cual es para loar al cielo. Hay una excursión a la pequeña iglesia de Monterchi, donde Piero della Francesca pintó su fresco conocido como “La Madonna del parto”, con una excelente lectura del mismo por Dominici-Delon, aunque salpimentada de un prejuicio ideológico que no revelaré aquí. Primero, porque como decía Valèry, “la estupidez no es mi fuerte”, y segundo porque prefiero que aquel que vea este film por primera vez descubra por su cuenta.
 “Prima Notte” recuerda también al Visconti de “Vaghe stelle dell Orsa”, y sobre todo a las citadas allí “Le Ricordanze”, por cierto decadentismo de familia nobile provinciale y por cierto circular regreso a la casa paterna, aquí en condiciones muy especiales. Que no revelaré tampoco.
 El sexo no será muy perverso, pero la trompeta de la banda sonora de Mario Nascimbene es digna de una cruza entre Sade y Sacher-Masoch. Parece llamar continua y estrepitosamente a la carga de una batalla tan solo por él conocida.
 Con todos estos ripios y algunos que tal vez he olvidado, el film tiene la extraña fascinación de una mezcla de “bellezza e bizzarria” para usar un dueto caro a Mario Praz.
2.
Dos de los neo vitelloni riminianos que rodean al héroe, son Renato Salvatori y Giancarlo Giannini. Este, un abogado apodado “spider”, es quien descubre en el “bello tenebroso” (*) de Daniele Dominici no solo un pasado de decadencia leopardiana sino incluso un tomito de poemas titulado precisamente “La prima notte di quiete”. El diálogo entre ambos en un palazzo en ruinas, es otro de los momentos altos -o donde sublimemente lo bajo se vuelve alto- de todo el film.
  Al parecer el film disgustó a Delon y todavía más a Zurlini, siendo sin lugar a dudas la mejor de su obra, junto a pezzi de “El Desierto de los tártaros”. Algo que no debe sorprendernos, porque repetidas veces el artista menor, directamente secundario o extravagante, apenas alcanza a vislumbrar cuando ha logrado algo que se acerca a la obra maestra. Los ejemplos en cine, poesía, pintura, dramaturgia et omni re scibili, abundan.  El artista mayor puede jugar a la gallina distraída porque sabe que habita en las cumbres y, por el contrario, su juego de máscaras consiste en intentar bajar antes del apunamiento o de que sea tomado prisionero por los yetis de la autoindulgencia...
 Siendo declaradamente por quienes los conocieron, su film más autobiográfico, es posible también que verse reduplicado en una puesta en escena de mímesis completa, haya coadyuvado a esa forma curiosa de “ostranenie” (el “extrañamiento” del formalismo ruso) con su propia póiesis cuanto tekné.
 Incluso el ya citado sobretodo de pelo de camello parece que fuera un signo visible de Zurlini. A lo que se agregó -aquí por oblicuas razones- ese hábito semi dandidesco masculino de usar una barba desprolija o crecida al azar de islotes pilosos en labios, mentones y mejillas que semejan -aparte de una actualizada facha bohemia- una migración de termitas. También puede deberse a que Delon es lampiño. Ahora hasta se fabrican unas maquinitas para dar a las fachas ese aire de qué me importa pero igual me baño a diario…
  La joven alumna enamorada de Dominici fue interpretada por Sonia Petrova, una de las bellezas más perfectas que cámara alguna enfocara. Tanto que Zurlini no puede negarse a mostrarnos su pubis ya no tan angelical. Luego de otro film -un bochorno que mejor arrojar al limbo de las tonterías- se retiró y vive en una suerte de Sunset Boulevard cibernético conocido desde hace un tiempo como sitio web. Puede visitarse munido de una buena dosis de malinconia, aquí montaliana. También citar el íncipit mallarmeano “La chair est triste, helas!”
 La joven se llama Vanina, e il professore arriesga tentativamente un lógico acercamiento, preguntando si ha leído el racconto de Stendhal –“Vanina Vanini”- o si ha visto el film de Rossellini tomado de allí. Del libro de Stendhal le consigue una edición; no así del film, puesto que no podía soñarse con bajarlos de internet in quello piccolo mondo, giá antico.
 La madre explotadora la interpreta Alida Valli, y el director de la escuela donde enseña Dominici, un algo siniestro Salvo Randone; Siniestro, aunque di destra. Por cierto, Dominici es hijo del comandante de la squadra fascista “Folgore”, que más allá de las inveteradas patrañas inglesas les dio bastante que hacer y deshacer en el Alamein.
Parentesco que Dominici desea olvidar como su poesía, su palazzo, sus conocimientos pictóricos, su tentacular amante; pero jamás a su cappotto di pelo di cammello.

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*: la genealogía del “bello tenebroso” parte del Beltenebros del Amadís de Gaula cuando el héroe protagonista toma ese nombre para una suerte de purga o exilio y así se refiere este hecho luego en un capítulo del Quijote. El tipo sufrió una configuración romántica con el maldito o maldecido por el destino, la figura seudo o semi trágica con mucho de pose a la manera de Byron y de sus criaturas poéticas, incluida su versión del Don Juan. Desde luego cierta novela decimonónica, tanto thrillers fantásticos como melos, reconfiguraron la figura en incontables variantes, aunque partiendo de una base. El hombre bello o más bien atractivo que guarda un pasado oscuro, trauma o maldición satánica directamente, sobre sus espaldas y que por ello mismo tiene un atractivo especial. En el film de Zurlini-Medioli, el personaje de Dominici sufre a su vez otra reconfiguración diría que de tipo finalista-ajuste de cuentas…
Aquí el bello tenebroso se une o contamina al emboscado jungueriano, así como al aristócrata anarquista, y su destino aciago es parecer desfasado -salvo en acciones parciales- con el mundo ese del pos capitalismo hedonista, y de esa burguesía que ya no simula su odio o indiferencia a toda trascendencia cuanto a valor estético.