Como muy bien
observa el prologuista de una edición de escritos de Erasmo (1), es
muy difícil verter con precisión y a un idioma moderno el término
griego de “moria” que figura en el título original de su
libro conocido en castellano como “Elogio de la locura”. “En
español podrían darse varias traducciones: “tontería”,
“fatuidad”, “necedad”, “estulticia”, “insensatez”,
“demencia”, “locura”, por la que comúnmente se ha traducido”
¿Pero qué clase
de locura?
‘Hay –nos dice
Erasmo- dos clases de locura. Una es la que las Furias vengadoras
vomitan en los infiernos cuando lanzan sus serpientes para encender
en el corazón de los mortales, ya el ardor de la guerra, ya la sed
insaciable del oro, ya los amores criminales y vergonzosos, ya el
parricidio, ya el incesto, ya el sacrilegio, ya cualquier otro
designio depravado, o cuando, en fin, alumbran la conciencia del
culpable con la terrible antorcha del remordimiento. Pero hay una
locura muy distinta que procede de mí y que por todos es apetecida
con la mayor ansiedad. Manifiéstase ordinariamente por cierto alegre
extravío de la razón, que a un mismo tiempo libra al alma de
angustiosos cuidados y la sumerge en un mar de delicias’
El mismo
prologuista declara luego con toda justicia que existen en muchas
lenguas dos términos para distinguir ambas locuras, por ejemplo en
italiano demenza y folia o en inglés madness y
folly. Recuerda a continuación que al propio Ramón Lull se
lo ha llegado a calificar de “foll”. “No, claro está,
porque el doctor iluminado fuera un ‘perturbado’ o deficiente
mental, sino por todo lo contrario, porque hombre superdotado poseía,
inmerso en el concepto del mundo y de la vida cristiano-medieval, una
lucidez extraordinaria que le inducía a comportarse de una manera
que, con arreglo al diapasón del hombre común contemporáneo e
incluso al de la posteridad mostrenca, resulta excesiva, desquiciada,
extravagante”.
Relaciona a la
perfección la figura y modo de esta locura como la misma que
“padece” luego Don Quijote y habla también -con muchísima razón
y tino- de las “fiestas carnavalescas” y “de locos” durante
el así llamado “medioevo”.
Habría que agregar
solamente a lo dicho que Erasmo en su Moria hace aparecer
-ahora poéticamente reconfigurado- al emblema del fol representado
en el arcano 0 -o sin numeración- del tarot.
Vemos que así como
su paisano y contemporáneo el Bosco, reconfigura el emblema y la
figura jeroglífica del fol en su pintura conocida como “El hijo
pródigo” (ca. 1494), así Erasmo lo hace poéticamente en su Moria
Encomium.
El arcano del fol
del tarot muestra a una figura en plena marcha apoyándose en un
cayado, con un perro detrás que le muerde las nalgas. En su
polaridad convergente esto nos dice que puede ponerse en marcha, o
quedar detenido por lo que lo ataca a sus espaldas. También lleva,
carga una bolsa o escarcela que refiere tanto a las potencialidades
que puede abrir todavía, como al caos indiferenciado que puede
arrojar y sembrar a su paso. Desde luego esta escarcela refiere
también a la bolsa testicular, puesto que es la encargada de
engendrar tales potencialidades o demencialidades.
De allí el tono
siempre problemático de definir de este libro demasiado citado y
poco leído; o leído como mera sátira de costumbres -que por cierto
lo es también- y no como construcción orgánica como podría
redefinirse al jeroglífico o ideograma, siendo estos -a su vez- una
concatenación de varias imágenes simbólicas que forman un conjunto
con sentido narrativo enunciativo.
El librito de
Erasmo siempre ha dejado un regusto equívoco en sus lectores y sobre
todo en sus comentaristas. Lo mismo sucede con otras obras, como la
contemporánea “Gargantúa y Pantagruel” y -ya un par de siglos
después- con la obra “secreta” de Sade. El mismo “Quijote”,
siempre exaltado y poco estudiado, no es una excepción.
Por supuesto se
reparten de inmediato el botín interpretativo dos bandos
aparentemente opuestos. Los practicantes de la hermeneusis
conspirativa que buscan lo que creen mensajes secretos contra el
dueto Papado-catolicismo y un oculto discurso iluminado o iluminista,
en sentido ya moderno. Y por el otro asaltan críticamente a tales
escritos los cultores de la tradición “popular” que ven en obras
semejantes una suerte de discurso del “oprimido” en espera del
sociólogo progresista universitario que le dé “voz” a su
balbuceo.
Lo que es curioso
-¿o ya no tanto?- es la convergencia a la que llegan tales grupos
mentales, supuestamente enemigos en casi todos los demás terrenos
políticos e ideológicos. Pareciera existir también una paradójica
alianza pedagógica entre ambos.
Bagaje que luego -al
reaparecer reconfigurado en obras pictóricas y poéticas, así como
en otras muchas formas- dejara en manos de sus enemigos de siempre;
los que se lanzaron graciosamente hacia esas obras con intención de
desviar o directamente invertir la dirección y significado que
contienen. La última Tule de todo esto es la falta casi absoluta de
atención prestada por la clerecía católica durante el siglo pasado
al concepto del cine.
Ello ha llevado
últimamente a que tales olvidos, desentendimientos e ignorancias
lisas y llanas formen huecos, y ya fosas abisales enteras por donde
se cuelan esos enemigos de siempre -ahora “globales”- y por allí
sustraen fragmentos de un material mantenido en estado de animación
suspendida durante siglos. Luego, con tales semillas levantan bosques
enteros de contrasentidos intencionados. Así se llega hasta a
edificar toda una “teoría” anticatólica con el pretexto de ver
a una mujer representada en el fresco “La última cena” de
Leonardo, puesta en el “lugar” del evangelista Juan. (3)
Asimismo con la
figura de Erasmo se construyó -desde prácticamente su paso a la
inmortalidad- el artefacto polémico de convertirlo en un emblema del
humanismo moderno, partidario de la paz universal y casi un
iluminista avant la lettre. De tal modo se “lee” en forma
unidireccional a su “Elogio de la locura”, aunque por fortuna
siempre queda ese regusto ambiguo, hasta en el mismo plano de a qué
refiere su “locura”.
Curiosamente, de lo
poco que se sabe de su biografía es que nacido en Róterdam -de
donde tomara su cognomen-, fue enviado de muy pequeño a
estudiar con los “Hermanos de la vida común” en la localidad de
Bois-le-Duc o -en flamenco- Hertogenbosh. Villa de Flandes donde
naciera, viviera y trabajara “el Bosco” -llamado así por la
traducción italiana de su lugar de origen. Nacido entre 1466 y 1469
es más que seguro que Erasmo conociera la obra de este pintor, y
sobre todo el mundo “mental” y cultural en el que ambos nacieran
y crecieran.
Como siempre se
repite -y el mismo Erasmo fuera el primero en subrayar el hecho e in
abundantia-, guardó de tales monjes un espantoso recuerdo y por
ello mismo los hizo blanco de todas sus burlas e ironías debido a su
ignorancia e incultura. La cultura medieval anterior tuvo su locus
mirabilis, su centro de irradiación tradicional, precisamente en
el claustro monacal. Pero ahora -con el declive y “otoño” de esa
era- tales claustros se habían convertido en ejemplo de antros de
ignorancia y estulticia. Porque sencillamente los poseedores de datos
tradicionales comenzaron la diáspora saliendo –con las excepciones
del caso- de tales lugares. Casi un siglo después la Compañía de
Jesús de Ignacio de Loyola y las Escuelas Pías de José de Calasanz
retomarían mundanamente, esto es de manera fija -escuelas, misiones,
et al- la función de transmisión tradicional vuelta o reconvertida
en educación y en “barroco”.
Se repite siempre
entre sus datos biográficos de los múltiples viajes de Erasmo por
casi toda la Europa de entonces, hasta afincarse al final de su vida
en Basilea. De su amistad con Tomás Moro y John Colet, y de su
disputa sobre el libre albedrío con Lutero y a quien combatiera en
su “De libero arbitrio”. (4)
Pero la obra más
conocida, su “Elogio de locura”, queda siempre en el medio,
molesta, incómoda, inclasificable. Siempre alabada y de consuno
momificada con el repetido expediente de etiquetarla como “clásica”.
Lo mismo sucede con una buena parte de sus “Colloquia” y
sus “Adagia”. Incluso de esta última se hace hincapié en
el rescate de Erasmo de “la sabiduría popular”
¡De nuevo! Si aquí
ponemos en lugar de “popular”, “cultura tradicional en diáspora
desde el otoño de la edad media”, sumamos sus largos viajes, y
recordamos su relación espacio-temporal con el Bosco, es posible que
no sólo su figura de la “locura”, así como también buena parte
de sus intenciones, se nos aclararían mucho más.
Notas:
1:
Ensayos escogidos, edición y prólogo Humberto Martínez. Ed. Sep.
México, 1986.
2:
“eulen-spiegel”, “lechuza” y
“espejo”, que son los dos figuras que lleva Till
3:
cosa ésta que intentaremos explicitar en otro lugar.
4:
importante recordar aquí que esta respuesta erasmiana se debe a un
violento escrito de Lutero titulado “De
servo arbitrio”
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